En las últimas horas ha crecido la
preocupación del Vaticano ante el posible ataque de tropas de
diversos países, entre ellos Estados Unidos y
Francia, al territorio de Siria,
sumido desde hace meses en una sangrienta guerra civil. En varias ocasiones el Papa Francisco ha
condenado públicamente las masacres durante ese conflicto y ha llamado a todas
las partes a un cese inmediato al fuego. El pasado jueves, día 29, durante la
audiencia con el rey de Jordania Abdala II, el pontífice insistió que el único
camino posible para superar las diferencias es el diálogo y las negociaciones
de todas las partes; y, una vez más, con
solemnidad y fuerza, en el Angelus del domingo 1 de septiembre, clamaba:
“Quisiera hacerme intérprete del grito que sube de todas partes
de la tierra, de todo pueblo, del corazón de cada uno, de la única gran familia,
que es la humanidad, con angustia creciente: ¡es el grito de la paz!
Vivo con particular sufrimiento y preocupación tantas
situaciones de conflicto que hay en nuestra tierra, pero, en estos días, mi
corazón está profundamente herido por lo que está sucediendo en Siria.
Dirijo un fuerte llamamiento por la paz, un llamamiento que nace
de lo íntimo de mí mismo. ¡Cuánto sufrimiento, cuánta devastación, cuánto dolor
ha traído y trae el uso de las armas en aquel martirizado país, especialmente
entre la población civil e inerme! ¡Pensemos en cuantos niños no podrán ver la
luz del futuro! Con particular firmeza condeno el uso de las armas químicas:
les digo que tengo aún fijas en la mente y en el corazón las imágenes terribles
de los días pasados! ¡Hay un juicio de Dios y también un juicio de la historia
sobre nuestras acciones al que no se puede escapar! Jamás el uso de la
violencia lleva a la paz. ¡Guerra llama guerra, violencia llama violencia!
Con toda mi fuerza, pido a las partes en conflicto que escuchen
la voz de su propia conciencia, que no se cierren en sus propios intereses,
sino que miren al otro como un hermano, y emprendan con coraje y con decisión
la vía del encuentro y de la negociación, superando la ciega contraposición.
Con la misma fuerza exhorto también a la Comunidad Internacional a hacer todo
esfuerzo para promover, sin ulterior demora, iniciativas claras por la paz en
esa nación, basadas en el diálogo y en la negociación, por el bien de la entera
población siria.
Que no se ahorre ningún esfuerzo para garantizar asistencia
humanitaria a quien está afectado por este terrible conflicto, en particular a
los evacuados en el país y a los numerosos prófugos en los países vecinos.
Como decía el Papa Juan: a todos nos corresponde la tarea de
recomponer las relaciones de convivencia en la justicia y en el amor. ¡Que una
cadena de empeño por la paz una a todos los hombres y a las mujeres de buena
voluntad! Es una invitación fuerte y urgente que dirijo a la entera Iglesia
Católica, pero que extiendo a todos los cristianos de las demás Confesiones, a
los hombres y mujeres de toda religión y también a aquellos hermanos y hermanas
que no creen: la paz es un bien que supera toda barrera, porque es un bien de
toda la humanidad.
Por esto, hermanos y hermanas, he decidido convocar para toda la
Iglesia el próximo 7 de septiembre, víspera de la fiesta de la Natividad de
María, Reina de la Paz, una jornada de ayuno y de oración por la paz en Siria,
en Oriente Medio, y en el mundo entero, y también invito a unirse a esta
iniciativa, según el modo que considerarán más oportuno, a los hermanos
cristianos no católicos, a los pertenecientes a las demás religiones y a los
hombres de buena voluntad.
A María le pedimos que nos ayude a responder a la violencia, al
conflicto y a la guerra, con la fuerza del diálogo, de la reconciliación y del
amor.
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